MI PLANTA DE NARANJA LIMA: UNA VIDA SIN TERNURA NO VALE GRAN COSA

MI PLANTA DE NARANJA LIMA: UNA VIDA SIN TERNURA NO VALE GRAN COSA

“Mi planta de naranja lima” es una excelente obra autobiográfica del brasileño José Mauro de Vasconcelos, en ella se relata la historia de un niño de cinco años que por su pobreza aprende de forma prematura a comprender cosas que sólo a los adultos nos preocupan.

La historia comienza cuando el niño José, conocido como Zezé, inquieta a todos por su gran naturalidad en aprender cosas nuevas y además porque a sus cinco años ya sabía leer. Y  en época navideña la familia de Zezé decide mudarse a una casa nueva, lugar donde conoce a su planta naranja lima, planta que muy pronto se convertiría en su mejor amigo y confidente.

Ya estando en la casa nueva, había llegado el día de navidad, Zezé y su hermano menor, Luisito, se prepararon para ir a recibir los juguetes que eran donados por la iglesia. Era muy lejos y los pobres piecitos de los infantes no llegaron a tiempo, razón suficiente como para enojar enormemente a José. Estaba enfadado que hasta echaba la culpa al niño Jesús por sólo favorecer a los niños que ya tenían muchas cosas y menos a él quien era pobre. También culpo a su padre, quien entonces se encontraba desempleado, por la pobreza que estaba su familia. Pero no tardo mucho tiempo para sentirse mal por lo que le había dicho a su padre. Tomó una cajita para lustrar zapatos y se fue a buscar clientes. Y En cuanto tuvo dinero, fue a comprarle un par de cigarrillos, esos que tanto le gustaba a su padre, como muestra de sus disculpas.

Aún faltaba tiempo como para que Zezé fuera a la escuela así que inventó que tenía seis para que lo aceptaran, así ya no daría tantos problemas a su familia. Es que él era muy travieso. Decían que en navidad en vez de que le nazca el niño Jesús le nacía el diablo. Allá en el colegio conoció a una profesora que lo trataba tan bien que decidió todos los días regalarle una flor para que adorne el salón y llene su florero. Pero cuando la maestra se enteró que las flores que le regalaba José eran robadas le exhortó a que ya no lo hiciera. Aunque el niño insistió que no hacía nada malo debido a que las flores pertenecían a todos porque las había creado Dios.

Durante el camino a la escuela Zezé conoció al señor Ariovaldo, un cantor de la calle, de quien se hizo socio inmediatamente. El trato era que tenía que ayudarle a cantar todos los martes.

Otro día, conoce al portugués. Mientras quería realizar su hazaña de niño travieso y treparse al auto del portugués haciéndose el murciélago cayó en manos del extranjero porque su plan había fallado. Recibió una golpiza tremenda como para que ya no lo hiciera más. Zezé estaba muy humillado por lo sucedido y fue corriendo a contarle a Minguito, su planta de naranja lima.

Eran demasiadas travesuras, en una de ellas Zezé se cortó un pie con vidrios rotos por tratar de sacar una pelota de una zanja. Nadie debía saber lo que sucedió, así que trato de ocultarlo, pero cuando iba dificultosamente caminado a la escuela, el portugués, como pasaba por allí con su carro, vio su incapacidad, así que decidió llevarle a un médico y luego a la escuela. José empezó a estimar desde entonces al extranjero.

Minguito se sentía muy celoso porque José pasaba mucho tiempo con Portuga, así decidió llamarle al portugués. Pero Zezé decía que así como Luisito era el rey de sus hermanos él (la planta) era uno de sus mejores amigos y que jamás se olvidaría de él.

Días después, Zezé se encontraba tranquilamente haciendo un globo de papel, pero había llegado la hora de almorzar así que Jandira, la hermana mayor, estaba llamando para que se acerquen a la mesa. José decidió terminar primero de hacer  su globo, decisión que casi le cuesta la vida. La hermana empezó a golpearle y él de cólera le dijo que era una puta. Totoca, el hermano mayor, escuchó el insulto y empezó a golpearle la cara también. Gloria, la otra hermana mayor después de Jandira, empezó a proteger y curarle las heridas al pobre niño que estaba hace rato tranquilo. Pero allí no quedaba todo, un día el padre estaba sentado mirando a la pared, Zezé quiso acompañarle cantando una canción que había aprendió con el señor Ariovaldo: “Yo quiero una mujer desnuda…”. Ni bien comenzó a cantar le cayó una cachetada que se repitió una y otra vez cuando él cantaba la canción. El padre nunca le explicó porque lo golpeó.

Habían pasado algunos días, después de las golpizas sufridas que nadie debía saber. Zezé fue al encuentro con Portuga quien lo había extrañado tanto. Pero el encuentro era para despedirse. El niño había decidido aventarse a media noche al tren. No quería vivir más. Portuga muy triste le convenció que le acompañe a pescar todo un día entero, el pequeño accedió. Aquel día fue como un sueño, todo era felicidad. Ambos se declararon amor mutuo. José pidió al portugués que se lo llevara con él porque lo consideraba como su padre, sin embargo por más que el pedido resultara tentativo el extranjero lo rechazó, ya que pensaba que no era adecuado que apartara al niño de sus padres.

La felicidad no duraría mucho, mientras Zezé hablaba con su amigo Minguito se enteró, por medio de su hermano Totoca, que esta planta sería derribada por la municipalidad ya que habían decidido agrandar la calle.

También cuando José estaba en la escuela se enteró que el Mangaratiba, el tren de la ciudad, había destrozado el carro del portugués. Zéze muy asustado salió a su encuentro pero los que estaban por allí no le dejaron. El hombre, a quien consideraba su padre, había muerto.  El pobre enfermó de pena hasta casi morir y si no fuera porque los vecinos de la ciudad fueron a visitarlo jamás se hubiera recuperado.

Todo era tristeza porque hasta su árbol de naranja lima se había despedido de él y de recuerdo le dejó una flor. El padre trataba de consolarlo diciéndole que ya había encontrado empleo y que jamás le faltaría nada y que luego tendría muchos árboles con quien jugar cuando viajen por todas partes.  Ni así, con sus palabras, borró su tristeza.

Cuando Zezé tuvo 48 años recordaba el inmenso cariño que le había dado Portuga. Por ello se dedicó a a hacer lo mismo con los niños que conocía, porque decía que: «UNA VIDA SIN TERNURA NO VALE GRAN COSA».

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