UNA RATA SABIA

UNA RATA SABIA*

Tenía las patas arrugadas, las orejas mordidas y el hocico torcido. Su pelo plomo ya no brillaba como en su juventud, sino era blancuzca y escasa. Pero, aún conservaba la mitad de su cola. Pues, la otra mitad la había perdido en una de sus batallas de supervivencia.

Su andar era como las manecillas del minutero, lento muy lento. Mas no siempre fue así. En sus años mozos, su rapidez y destreza no tenían comparación. Había sido la admiración y envidia de muchos. Los que la conocían, la miraban con mucho respeto. 

Era una rata chusca. ¡Qué chusca y añeja rata!

Nadie lo negaba, ella albergaba los años, la historia y la experiencia encima. De ratoneras, ella se reía. Pues, en cuanto las tenía cerca, en inútil y obsoletas se convertían. Qué decir de los gatos, se atemorizaban y escapaban en cuanto la veían.

Pero, su vida y su caminar siempre fueron solitarios, prudentes y grises. Cuando alguien se le acercaba, muy sigilosa se retiraba. Es que como era muy experta y longeva, muchos querían su consejo. Para qué, decía, ustedes no saben escuchar consejos de ancianos.

Era una rata chusca. ¡Qué chusca y arrogante rata!

A veces, en su maestría, cuando conseguía comida de las casas de los humanos, le decían: “Eres una diestra ladrona”. A lo cual replicaba: “Yo no robo ni hurto, eso es cosa de hombres, yo no cometo delitos, yo tomo lo que es por naturaleza, en honor a mi libertad”.

Así, cada vez que se llevaba el alimento a la boca, muy orgullosa decía: “Como por mi habilidad, maña y sapiencia, nadie me regala este delicioso majar, yo lo obtengo con mis propias patas, que muy duro las hago trabajar”.

Era una rata chusca. ¡Qué chusca y afanosa rata!

Tiempo después, cuando sus fuerzas y ganas no le daban más, por la vejez, la soledad y la enfermedad, cuando a las justas conseguía migajas de pan, que eran sobras de los demás, decidió abandonar su vetusto y ya no querido cuerpo.

Se fue directo a la ratonera, aquella que por mucho tiempo fue evadida por ella. Esos filosos dientes de acero esperaron mucho tiempo para conseguir la más deseada presa. Y así fue, ella se entregó a esa maldita boca logrando quitarle la vida.

Era una rata chusca. ¡Qué chusca y desdichada rata!

Antes de morir dijo al hombre, dueño de la ratonera: “Hoy muero en la trampa que pusiste, pero no muero porque me mates, muero porque yo lo quiero así. He burlado cada una de tus artimañas para atraparme, tomar mi vida deseaste, hombre sin humanidad, que tomas las vidas de los animales como si fueras Dios. No muero porque me mates, muero porque yo lo quiero así.”

Era una rata chusca. ¡Qué chusca y sabia rata!

rata vieja(*) Escrito por: Deysi Elma Nuñez Meza, egresada de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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